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viernes, 30 de noviembre de 2012

SANTO DEL DÍA

San Andrés sigue a Cristo hasta la muerte:

Una tradición narra la muerte de Andrés en Patrás, donde sufre el suplicio de la crucifixión. Pero en ete momento supremo, de manera análoga a su hermano Pedro, pide ser puesto en una cruz diferente a la de Jesús. En su caso se trata de una cruz en forma de aspa, es decir, con el palo transversal inclinado, que es llamada 'cruz de San Andrés'.

Según una vieja narración, parece que el apótol habría dicho en su martirio: "Salve, oh cruz, inaugurada con el cuerpo de Cristo y que llegó a ser ornamento de sus miembros, como si se tratara de piedras preciosas. Antes que el Señor subiera a ti, inspirabas un temor terrestre. Ahora, por el contrario, dotada de un amor celeste, eres recibida como un don. Los creyentes saben de ti qué gozo posees, qué regalos tienes preparados. También yo, seguro y lleno de gozo, vengo a ti para que tú también me recibas exultante como a Aquel que de ti fue suspendido... Oh cruz 

bienaventurada, que has sido revestida con la majestad y belleza de lo miembros del Señor, tómame y llévame lejos de los hombres y devuélveme a mi Maestro para que, por mediación tuya, me reciba el que me rescató. Salve, oh cruz, sí, en verdad, salve!".

Como se ve hay aquí una espiritualidad cristiana muy profunda que ve en la cruz no precisamente un instrumento de tortura, sino más bien el medio incomparable de una plena asimilación al Redentor, al grano de trigo caído en tierra. De ahí debemos aprender una lección muy importante: nuestras crueces tienen valor si son consideradas y acogidas como una parte de la cruz de Cristo, si son un reflejo de su luz. Solamente por esta cruz nuestros sufrimientos quedan ennoblecidos y adquieren su verdadero sentido.




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