Viernes, 19 de septiembre de 2025. Lc 8, 1-3
CAMINANDO DE CIUDAD EN CIUDAD Y DE PUEBLO EN PUEBLO
En su vida pública, Jesús iba con frecuencia
"caminando de ciudad en ciudad y de pueblo en pueblo, predicando el
Evangelio del reino de Dios; lo acompañaban los Doce y algunas mujeres que él
había curado de malos espíritus y enfermedades: María la Magdalena, de la que
habían salido siete demonios; Juana, mujer de Cusa, intendente de Herodes;
Susana y otras muchas que le ayudaban con sus bienes". Acompañado de los
Doce, Jesús va anunciando la alegría del Evangelio de ciudad en ciudad. Ahora
bien, resulta insólito entre los judíos el hecho de que Jesús fuera acompañado
por varias mujeres. En la sociedad de su tiempo la mujer desarrollaba un papel
social y religioso marginal, de sometimiento con respecto a los hombres. Los
evangelistas hablan de las mujeres que habían seguido a Jesús desde Galilea.
Aparecen presentes, casi solas, junto a la Cruz, y observando cuidadosamente
dónde colocan el cuerpo de Jesús. Además, ellas serán testigos de la muerte de
Jesús y de la resurrección. En efecto, ellas son las primeras en reconocer al
Resucitado y comunicárselo a Pedro y a los discípulos. Más todavía, ellas están
presentes en el origen mismo de la Iglesia (Hch.1,14). Más en concreto, en este
breve sumario de un viaje misionero por Galilea, recogido en el Evangelio de
hoy, las mujeres acompañan a Jesús y le ayudan con sus bienes. Lucas es el
único evangelista que nos muestra esta sorprendente libertad manifestada por la
incorporación de muchas mujeres a su grupo itinerante de discípulos. Este hecho
representa una llamada a una mayor participación de las mujeres en la vida de
la Iglesia.
Sábado, 20 de septiembre de 2025. Lc 8, 4-15
SALIÓ EL SEMBRADOR A SEMBRAR LA
SEMILLA
Ante la muchedumbre de la gente, que
se le iba juntando al pasar por los pueblos, Jesús dijo esta parábola:
"Salió el sembrador a sembrar la semilla. Al sembrarla, algo cayó al borde
del camino, lo pisaron, y los pájaros se lo comieron. Otro poco cayó en terreno
pedregoso y, al crecer, se secó por falta de humedad. Otro poco cayó entre
zarzas, creciendo al mismo tiempo, lo ahogaron. El resto cayó en tierra buena
y, al crecer, dio fruto al ciento por uno. Dicho esto exclamó: El que tenga
oídos para oír que oiga. Entonces le preguntaron los discípulos: ¿Qué significa
esta parábola? Él les respondió: A vosotros se os ha concedido conocer los secretos
del reino de Dios...La semilla es la palabra de Dios...Los de la tierra buena
son los que con un corazón noble y generoso escuchan la palabra, la guardan y
dan fruto perseverando". Mediante esta parábola, Jesús trata de describir
la suerte que puede conocer la palabra de Dios, es decir el mensaje que Jesús
va proclamando en los pueblos por donde va pasando. La parábola supone una
invitación a la esperanza, ya que la acción de Dios está ya presente en su
predicación. A petición de sus discípulos, Jesús les ofrece una explicación de
la parábola. En esta explicación el centro de interés no es la cosecha
abundante, sino las diferentes respuestas a la Palabra. En la Iglesia primitiva
nos encontramos con personas que se han convertido; es necesario que se examinen
y vean la sinceridad y la profundidad de su conversión. De este modo, el
designio de salvar a todos está condicionado por la actitud que cada uno adopta
ante el mensaje de Jesús. Sólo responden plenamente a esta palabra los que
escuchan el mensaje con corazón noble y generoso, la guardan y dan fruto
perseverando. Hoy día la mesa de la Palabra es abundante. Señor Jesús, ayúdanos
con tu gracia para que seamos oyentes de la Palabra, la acojamos en nuestro
corazón y la cumplamos en nuestra vida cotidiana.
Domingo 21 de 2025. Lc
16, 1-13
NINGÚN SIERVO PUEDE SERVIR A DOS AMOS
Hoy es domingo, el día del Señor. La
palabra de Dios que proclamamos en la Eucaristía de hoy, nos pone en guardia
ante el afán desmesurado por las riquezas. En la primera lectura, tomada del
profeta Amós (Am.8,4-7), se pone al descubierto la corrupción de su tiempo. El
profeta denuncia con claridad que el amor al dinero conduce a cometer graves
injusticias, cuyas víctimas son los más necesitados. En el Evangelio de hoy
(Lc.16,1-13) se recoge la parábola del administrador injusto, que termina con
estas palabras: "Ningún siervo puede servir a dos amos, porque, o bien
aborrecerá a uno y amará al otro, o bien se dedicará al primero y no hará caso
del segundo. No podéis servir a Dios y al dinero". En la sociedad que
conoció Jesús existía una gran desigualdad social. Por un lado, estaban las
familias poderosas de Jerusalén y los grandes terratenientes de Tiberíades que
podían acumular monedas de oro y plata. Por otro, los campesinos apenas podían
hacerse con alguna monedad de bronce o cobre, de escaso valor. Jesús no se
calla ante tanta injusticia. La lógica de Jesús es aplastante. Si uno vive
subyugado por el dinero, pensando sólo en acumular bienes, no puede servir a
ese Dios que quiere una vida más justa y digna para todos, empezando por los
más necesitados. Para entrar en la dinámica del reino de Dios no basta con
formar parte del pueblo elegido ni darle culto en el templo. Es necesario
mantenerse libre ante el dinero y escuchar su llamada a trabajar por un mundo
más humano. Dios o el dinero. La contundencia con que Jesús se expresa al
respecto excluye todo intento de suavizar su sentido. Quien se deja atar por el
dinero se va alejando de Dios. Las palabras de Jesús nos dicen que no es
posible ser fiel a Dios y vivir esclavo del dinero. El corazón del individuo atrapado
por el dinero se endurece. Tiende a buscar sólo su propio interés, no piensa en
el sufrimiento y la necesidad de los demás. Es imposible ser fiel a un Dios que
es Padre de todos y vivir al mismo tiempo esclavo del dinero y del propio
interés. En la primera Carta a Timoteo (2,1-8) se nos dice que, para servir a
Dios, por encima del dinero y del poder, es preciso orar, "alzando las
manos limpias de ira y divisiones". Si nuestro corazón es sensible a las
necesidades de los más pobres, estará pronto a sembrar paz, justicia y comunión
entre los demás.
Lunes, 22 de septiembre de 2025.Lc 8, 16-18
NADIE ENCIENDE UN CANDIL Y LO TAPA CON UNA VASIJA O
LO METE DEBAJO DE LA CAMA
Jesús dijo a la gente: "Nadie
enciende un candil y lo tapa con una vasija o lo mete debajo de la cama; lo
pone en el candelero para que los que entran tengan luz. Nada hay oculto que no
llegue a descubrirse, nada secreto que no llegue a saberse o hacerse público. A
ver si me escucháis bien: al que tiene se le dará, al que no tiene se le quitará
hasta lo que cree tener". El ejemplo de la lámpara que Jesús nos ofrece en
el Evangelio de hoy nos ayuda a entender que la fe es un don de Dios que todos
estamos llamados a vivirlo y a transmitirlo. Es decir, la fe no es un
privilegio que hemos recibido y que hay que guardar. La fe es don y tarea a la
vez. La fe nos viene por la escucha de la predicación. La persona que escucha
con interés crecerá en su escucha y, en consecuencia, en su madurez cristiana.
Pero el que escucha superficialmente perderá incluso lo poco que había
comprendido. Cuanto más alimentemos el don de la fe con los medios que Dios nos
ofrece tanto mayor será nuestro compromiso misionero. Los discípulos de Cristo
hemos de abrirnos permanentemente a una pastoral misionera. Una lámpara se
enciende para ayudar a ver. De ahí que llegará otra época (la de la misión
celestial) en la que lo que está oculto será manifiesto. Con sus parábolas,
Jesús manifestaba el propósito de Dios. Los que las escuchamos actualmente
podemos percibir en ellas la presencia efectiva del Reino, la revelación de un
Dios que nos perdona con su gracia y nos hace testigos del Resucitado para que
los que entren vean la luz. Señor Jesús, Tú te manifestaste como la luz del
mundo. Nosotros somos tus discípulos. Hemos de vivir como hijos de la luz de la
fe que hemos recibido como un don en el sacramento del Bautismo. Esta riqueza
hemos de anunciarla con nuestra vida y con nuestras palabras.
Martes, 23 de
septiembre de 2025. Lc 8, 19-21
TU MADRE Y TUS HERMANOS ESTÁN FUERA Y QUIEREN VERTE
Por aquel entonces, "vinieron a
ver a Jesús su madre y sus hermanos, pero con el gentío no lograban llegar
hasta él. Entonces lo avisaron: Tu madre y tus hermanos
están fuera y quieren verte. Él les contestó: Mi madre y mis hermanos son
estos: los que escuchan la palabra de Dios y la ponen por obra". Nuestra
fe nos dice que el Verbo se hizo carne y habitó entre nosotros (Jn.1,14). Al
llegar la plenitud de los tiempos envió Dios a su Hijo nacido de mujer, nacida
bajo la ley, para rescatar a los que estaban bajo la ley (cfr. Gál.4,4-5). El
Hijo de Dios, asumió nuestra naturaleza humana y se hizo en todo semejante a
nosotros menos en el pecado. Jesús, verdaderamente hombre como nosotros, nació,
creció y vivió gran parte de su vida en el seno de una familia de Nazaret,
reunida en torno a José y María. En torno a los treinta años, Jesús se
convierte en un misionero itinerante, predicando el reino de Dios. Esto sucede
tras su decisiva experiencia que vive al ser bautizado por Juan en el Jordán.
En este acontecimiento Jesús ve descender sobre él el Espíritu y escucha la voz
del Padre que le declara: "Tú eres mi Hijo amado, en ti me complazco"
(cfr.Mc.1,9-11). A partir de este momento las relaciones de Jesús ya no tienen
su centro en los lazos naturales de la pertenencia a una familia. ¿Cuál es
entonces la familia de Jesús? Jesús nos lo dice en el Evangelio de hoy:
"Mi madre y mis hermanos son estos: los que escuchan
la palabra de Dios y la ponen por obra". La familia de Jesús no está,
pues, constituida por la relación física con él, sino por la obediencia a la
palabra de Dios. Desde esta perspectiva, María, su madre, se había declarado
como la esclava del Señor, dispuesta a cumplir su Palabra. Porque el Hijo de
Dios asumió nuestra naturaleza humana para salvarnos, nosotros llegamos a ser
realmente hijos de Dios en el Hijo. Somos, pues, parte de la nueva familia del
Señor Jesús, si escuchamos la Palabra de Dios y la cumplimos.
Miércoles, día 24 de septiembre de 2025. Lc 9, 1-4
"LOS ENVIÓ A PROCLAMAR EL REINO Y A CURAR...".
En aquel tiempo, "habiendo convocado Jesús a los Doce, les
dio poder y autoridad sobre toda clase de demonios y para curar enfermedades.
Luego los envió a proclamar el Reino de Dios y a curar las enfermedades,
diciéndoles: No llevéis nada para el camino: ni bastón ni alforja, ni pan ni
dinero; tampoco tengáis dos túnicas cada uno. Quedaos en la casa donde entréis,
hasta que os vayáis de aquel sitio. Y si algunos no os reciben, al salir de
aquel pueblo sacudíos el polvo de vuestros pies, como testimonio contra ellos.
Se pusieron en camino y fueron de aldea en aldea, anunciando la Buena Noticia y
curando en todas partes." Aquella llamada de Jesús a los pescadores para
ser "pescadores de hombres", se va concretando día a día. Los
discípulos ya han escuchado al Maestro hablar del Reino de Dios. Han podido
contemplar la actuación de Jesús. El texto evangélico ya nos habla de la misión
de los Doce. Jesús confiere a los discípulos poder y autoridad para llevar a
cabo la misión. ¿Cuál es la misión? Jesús les envía para predicar y curar.
Además, les indica cómo evangelizar. Son consejos para recorrer el camino
expresados en negativo: "ni bastón ni alforja, ni pan ni dinero; ni
tampoco dos túnicas cada uno. Sencillamente, ligeros de equipaje. Estos detalles
expresan el espíritu de pobreza y la confianza en Dios. Los mensajeros del
Reino han de viajar en condiciones de extrema sencillez. Los Doce se pusieron
en seguida en camino de aldea en aldea para anunciar el Evangelio y curar. Los
cristianos del siglo XXI estamos también llamados llevar a cabo la misma misión
que aquellos primeros discípulos. ¿Somos fieles a esta misión?
Jueves, 25 de septiembre de 2025. Lc 9, 7-9
¿QUIÉN ES ESTE DE QUIEN OIGO SEMEJANTES COSAS?
Por aquel entonces, "el virrey Herodes
se enteró de lo que pasaba y no sabía a qué atenerse, porque unos decían que
Juan había resucitado, otros que había aparecido Elías, y otros que había
vuelto a la vida uno de los antiguos profetas. Herodes se decía: A Juan lo
mandé decapitar yo. ¿Quién es este de quien oigo semejantes cosas? Y tenía
ganas de ver a Jesús". En varias ocasiones aparece en los relatos
evangélicos el misterio de la identidad de Jesús. La personalidad de Jesús no
pasó desapercibida para sus contemporáneos. Al mismo virrey Herodes llegaron
noticias de lo que decía y del mismo comportamiento de Jesús. La predicación y
los milagros de Jesús habían traído a la memoria del pueblo diversas figuras
proféticas del pasado. La opinión de la gente estaba dividida. Unos decían que
era Juan que había resucitado; otros lo identificaban con Elías y otros que
había vuelto a la vida uno de los profetas. Ante los distintos pareceres de la
gente, Herodes se decía: 'A Juan lo mandé decapitar yo'. Y se preguntaba:
'¿Quién es este de quien oigo semejantes cosas?' Herodes sentía curiosidad por
saber quién era Jesús. El encuentro entre ambos se llevará a cabo al final de
la vida histórica de Jesús (cfr. Lc.23,8-12). Su cara a cara con Jesús le hará
perder todo interés por él al negarse Jesús a responder a sus preguntas. Jesús
callará despectivamente ante el poder corrupto y depravado. Para acercarnos a
la auténtica identidad de Jesús, es necesaria una actitud de humildad y
sencillez. Él mismo, lleno de la alegría del Espíritu Santo, daba gracias al Padre
porque había ocultado los secretos del Reino a los sabios y entendidos y se los
había revelado a la gente sencilla. Señor Jesús, danos la gracia de conocerte
cada vez mejor. Somos conscientes de que nunca llegaremos a conocerte del todo
en este mundo. La inmensa riqueza de tu Persona y de tu obra de salvación
siempre nos sobrepasan. Como el Apóstol Pablo, te preguntamos con humildad:
¿Quién eres, Señor?
Viernes, 26 de
septiembre de 2025. Lc 9, 18,-22
¿QUIÉN DICE LA GENTE QUE SOY YO?
Una vez que Jesús estaba orando solo,
en presencia de sus discípulos, les preguntó: "¿Quién
dice la gente que soy yo? Ellos contestaron: Unos que Juan el Bautista,
otros que Elías, otros dicen que ha vuelto a la vida uno de los antiguos
profetas. Él les preguntó: Y vosotros, ¿quién decís que soy yo? Pedro tomó la
palabra y dijo: El Mesías de Dios. Él les prohibió terminantemente decírselo a
nadie. Y añadió: El Hijo del hombre tiene que padecer mucho, ser desechado por
los ancianos, sumos sacerdotes y escribas, ser ejecutado y resucitar al tercer
día". El evangelista recoge el recuerdo de este episodio como un relato de
gran importancia para los seguidores de Jesús. Los cristianos hemos de escuchar
como dicha para cada uno en concreto, la pregunta que entonces Jesús planteó a
sus discípulos: "Y vosotros, ¿quién decís que soy yo?". Cada cual ha
de responder desde su vida concreta a esta misma pregunta de Jesús. Nosotros
confesamos como Pedro que Jesús es el 'Mesías de Dios', el enviado del Padre.
Tanto amó Dios al mundo que nos ha regalado a Jesús. Todos los días de nuestra
vida son las oportunidades que tenemos para acoger con todas sus consecuencias
el regalo de Jesús. ¿Cómo lo acogemos, cuidamos, celebramos y lo vivimos en
nuestra existencia concreta? No basta con conocer las fórmulas que ha ido
acuñando la viva Tradición de la Iglesia: Jesús es el Hijo de Dios hecho
hombre, el Salvador del mundo, el Redentor de la humanidad...Cada cual
necesitamos ponernos ante Jesús, dejarnos mirar directamente por él y escuchar
desde el fondo del corazón sus palabras: ¿Quién soy yo realmente para ti? No
cabe duda que a esta pregunta se responde con la vida. Ante el Señor Jesús no
caben las verdades a medias; sólo cabe la sinceridad. Él está siempre dispuesto
a acogernos, escucharnos, sanarnos y acompañarnos por el camino de la vida.
Sólo desde esta fe en Jesucristo, el cristiano va descubriendo la verdad última
desde la cual trata de encontrar sentido a su vida. Señor Jesús, danos la
gracia de traducir en actitudes y en obras lo que confesamos con nuestros
labios.
Sábado, 27 de septiembre de 2025. Lc 9, 43b-45
EL HIJO DEL HOMBRE LO VAN A ENTREGAR EN MANOS DE LOS
HOMBRES
En un ambiente de admiración general
por lo que hacía, Jesús dijo a sus discípulos: "Meteos bien esto en la
cabeza: al Hijo del hombre lo van a entregar en manos de los hombres. Pero
ellos no entendían este lenguaje; les resultaba tan oscuro que no cogían el
sentido. Y les daba miedo preguntarle sobre el asunto". En el breve relato
evangélico de hoy aparece recogido el segundo anuncio de la pasión. A pesar de
su gloria y grandeza manifestadas en los relatos anteriores, Jesús recuerda a
sus discípulos la otra dimensión de su mesianismo. Lo hace de forma
contundente: "Meteos esto bien en la cabeza". Los discípulos no
entienden y Jesús queda solo frente a su destino doloroso. La oscuridad y la
falta de comprensión por parte los discípulos aparecen muy destacado en este
relato evangélico. Tan solo después de la resurrección, los discípulos podrán
comprender el sentido de la pasión y muerte en la cruz. Tal es el miedo y la
perplejidad que embarga a los discípulos que ni siquiera se atreven a hacerle
preguntas acerca de la entrega del Hijo del hombre en manos de los hombres. Los
discípulos esperaban un Mesías con poder humano que estableciera un reino
terreno. El mesianismo de Jesús es al estilo de Siervo de Yahvé. Desde esta
perspectiva se entrega libremente a la pasión y muerte por nuestra salvación.
Después de veinte siglos aún nos cuesta comprender este anuncio de Jesús.
Necesitamos de la luz de la fe, para reconocer en el Crucificado resucitado a
nuestro Salvador.
Domingo, 28 de septiembre de 2025. Lc 16, 19-31
EL HOMBRE RICO Y UN MENDIGO LLAMADO
LÁZARO
Hoy es domingo, el día del Señor. Las
lecturas bíblicas se centran sobre el uso de las riquezas. De algún modo
continúan el mensaje del domingo anterior. El profeta Amós (Am.6,1a.4-7)
comienza denunciando con claridad y dureza la vida tan disoluta que llevan los
ricos. En el último punto de su denuncia, describe el futuro de dichos ricos
con estas palabras: "Encabezarán la cuerda de cautivos y se acabará la
orgía de los disolutos". El Evangelio de hoy nos presenta la parábola del
hombre rico y de un mendigo llamado Lázaro (Lc.16,19-31). Está en la misma
línea de la denuncia del profeta Amós. Es una parábola que refleja también la
situación de nuestro mundo. Jesús habla de un rico poderoso. El lujo y la
fastuosidad aparecen descritos en sus vestidos de púrpura y lino. Su vida es
una fiesta continua. Todo es riqueza a su alrededor. Muy cerca, junto a la
puerta de su mansión, estaba un mendigo llamado Lázaro (Mi Dios es ayuda),
cubierto de llagas, con ganas de saciarse de lo que tiraban de la mesa del
rico, pero nadie se daba. Tan solo los perros se le acercan a lamerle las
llagas. La escena no puede ser más insoportable. El rico lo tiene todo no
necesita ayuda de Dios. No ve al pobre. Se siente seguro. Vive en la
inconsciencia. Lazaro, por su parte, es un ejemplo de pobreza total: enfermo,
hambriento, excluido, ignorado. Su única esperanza es Dios. Es curioso, Jesús
no pronuncia palabra alguna de condena. Es suficiente desenmascarar la
realidad. Dios no puede tolerar que las cosas queden así para siempre. La
muerte nos iguala a todos en la riqueza humana. Es inevitable el vuelco de esta
situación. Murió el mendigo y los ángeles le llevaron al seno de Abrahán. Se
murió también el rico y lo enterraron y su paradero fue el infierno. Se
establece entre ambos un abismo infranqueable y definitivo. No es posible ser
amigo de Dios en la eternidad si ahora se deja morir al propio hermano en la
miseria. Como nos dice San Pablo (ITim.6,11-16), hemos de aprovechar esta vida,
practicando la justicia y piedad, el amor y la fe para entrar en la vida
eterna. Practiquemos las obras de misericordia con los más necesitados.
Lunes, 29 de septiembre de 2025. Jn 1, 47-51
AHÍ TIENES A UN ISRAELITA DE VERDAD, EN QUIEN NO HAY
ENGAÑO
"Vio Jesús que se acercaba
Natanael y dijo de él: Ahí tienes a un israelita de verdad, en quien no hay
engaño. Natanael le contesta: ¿De qué me conoces? Jesús le responde: Antes de
que Felipe te llamara, cuando estabas debajo de la higuera, te vi. Natanael
respondió: Rabí, tú eres el Hijo de Dios, tú eres el Rey de Israel. Jesús le
contestó: ¿Por haberte dicho que te vi debajo de la higuera, crees? Has de ver
cosas mayores. Y le añadió: Yo os aseguro: veréis el cielo abierto y a los
ángeles de Dios subir y bajar sobre el Hijo del hombre". La presentación
que hace Jesús de Natanael (don de Dios) es muy significativa. Apunta hacia una
sinceridad y coherencia gracias a las cuales encontró en la lectura del Antiguo
Testamento una pista segura que le llevó a descubrir al Mesías. A la puerta de
su casa, a la sombra de la higuera, Natanael leía las Escrituras. En aquel
entonces, era frecuente el estudio y la enseñanza de la Ley en la tranquilidad
que da la sombra de una higuera, protegidos del calor y de las distracciones.
El conocimiento de la Escritura le llevó a aceptar a Jesús en toda su dimensión
y significado, una vez que le oyó y pudo relacionar su persona con lo que decía
la Ley acerca del Mesías. Jesús garantiza que sus discípulos le descubrirán
como el Hijo del hombre, como el punto de unión entre el cielo y la tierra.
Jesús es el mediador entre Dios y el hombre. Ha bajado del cielo y vuelve a
subir a él a partir de la elevación a la cruz-gloria. Señor Jesús, que
estimemos cada día con más intensidad la Sagrada Escritura. Toda ella nos habla
de ti. Más todavía, como nos dice San Jerónimo, la Sagrada Escritura se resume
en una palabra: Jesucristo.
Martes, 30 de
septiembre de 2025. Lc 9, 51-56
SEÑOR, ¿QUIERES QUE MANDEMOS BAJAR FUEGO DEL CIELO
QUE ACABE CON ELLOS?
"Cuando se iba cumpliendo el
tiempo de ser llevado al cielo, Jesús tomó la decisión de ir a Jerusalén. Y
envió mensajeros por delante. De camino, entraron en una aldea de Samaria para
prepararle alojamiento. Pero no lo recibieron, porque se dirigía a Jerusalén.
Al ver esto, Santiago y Juan, discípulos suyos, le preguntaron: Señor, ¿quieres
que mandemos bajar fuego del cielo que acabe con ellos? Él se volvió y les
regañó. Y se marcharon a otra aldea". Con estas palabras del Evangelio de
hoy, comienza el evangelista San Lucas el relato del viaje de Jesús a
Jerusalén. Un relato al que le dedica diez capítulos. Esta sección del viaje a
Jerusalén representa el núcleo central del evangelio según San Lucas. Con la
subida a Jerusalén, Jesús inicia la última etapa de su vida que culminará con
su 'elevación' que abarca la pasión, muerte, resurrección y ascensión del
Señor. El breve texto que proclamamos hoy en la Eucaristía, nos recuerda el
rechazo que Jesús sufre en Samaría. Aparece reflejada aquí la viva hostilidad
existente entre judíos y samaritanos. Ahora bien, Jesús quiere alejar a los
suyos de todo espíritu de venganza. La sugerencia que hacen Santiago y Juan nos
recuerda un acontecimiento similar de la época de Elías en el que este profeta
envía fuego sobre la tierra (2Re.1,10-14). La misión de Jesús es muy distinta a
la de Elías. Jesús soportará el sufrimiento, pero no lo causará. Los discípulos
piensan en un mesianismo espectacular y poderoso que no retrocede ante la
muerte de algunos. No han comprendido que la actitud de Jesús es siempre de
misericordia y no de destrucción. Señor Jesús, concédenos la gracia de seguirte
de cerca por el camino de la entrega generosa.
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